A MIS PIES

Camino al autobús, tras dejar en su hotel a un amigo turco, una larga historia. Me obligo a pasar por la estación de policía y bomberos. Un camino en el que siempre cabe la posibilidad de que suceda algo divertido. En la puerta, un policía local. Uno de los rostros más perfectos que he visto jamás. La calle vacía. Me mira, le miro, nos sonreímos. No me detengo y él anda de espaldas para no dejar de observarme. Con tan mala suerte que choca con un bolardo de los que impiden que los vehículos aparquen en la acera. Intento agarrarle para que no se caiga, pero él solo consigue mantener el equilibrio y la dignidad.
-¡Que te caes!
- Por mirarte
- Pues ten cuidado
- Eres preciosa
Sonrío, le dejo atrás y la autoestima llena mis pulmones. Sigo caminando a saltitos imperceptibles hasta que escucho una moto que se acerca. Es él. No sé por qué, pero lo sé. Llega a mi altura, reduce la velocidad y me vuelve a sonreír. No puedo evitar morderme el labio, mezcla de vergüenza y picardía.
- Hola
- Hola
-Ahora, no hagas que me caiga, que voy en moto
-No, no. Ten cuidado
Acelera y llega hasta al semáforo que, para suerte de los dos, se pone en rojo. Sigo andando, mirándole y sonriéndole. Giro la esquina, semáforo verde y me sigue. Su compañero me mira y acelera. Él se vuelve para despedirse y se aleja para callejear por las céntricas calles de Madrid.
Un camino en el que siempre cabe la posibilidad de que suceda algo divertido.
Empujo la puerta del metro, deseando llegar a casa. Caras de confianza, libertad, cotidianeidad, mis cosas, las de ellos Y lo primero que encuentro son dos hombres jóvenes de Europa del este. Me miran con intensidad, mientras bajan las cuatro escaleras que les llevarán al inframundo. Pero uno de ellos en el último escalón se tropieza y se cae tan cerca de mí que entre su amigo y yo le sostenemos. Yo asustada, él avergonzado y su amigo, sin parar de reír, le dice algo en su idioma que le hace avergonzarse aún más. Me contagio de la risa de los dos, y su intensidad se convierte en inocencia.
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