EN UN LUGAR DEL MEDITERRÁNEO, DE CUYO NOMBRE NO QUIERO ACORDARME

A 13 dias de regresar de aquel lugar, la búsqueda de un trabajo, que parece que nunca llegará, se ha mezclado con una inexplicable angustia. No por haber vuelto, sino por no estar allí. No me gusta saber que las cosas sólo pasan una vez, que son únicas y exclusivas, que no hay lugar para la repetición. Este mes he convivido a diario con mucha gente que, en el mejor de los casos, tal vez vuelva a ver en algún momento de mi vida. Tengo pánico a la sensación de pérdida, una sensación que, desde hace tiempo, se está convirtiendo en familiar. Mi memoria se esfuerza por retener olores, tactos, miradas... Apunto cada recuerdo en un intento estúpido de no olvidar. A algún buen periodista leí que el hombre tiene la ventaja de saberse mortal y por ello puede aprovechar y disfrutar sus vivencias al límite. Pero yo quiero más, no tengo suficiente. Quiero ser egoísta, aunque sólo sea una vez, y prolongar cada sonrisa, cada mirada.
Cuenta la mitología, que Ulises paso años en una isla del Mediterraáneo llamada Gozo, en la cueva de Calipso, hipnotizado por el canto de su amante. No sé cómo Ulises, entonces, y yo, ahora, conseguimos escapar de allí. A mí, el sonido del mar en esa cueva todavía me golpea la cabeza.
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