Mi basura, esa que los viejos acumulan por el síndrome de diógenes, son fotos, recuerdos, que ahora, debido a la tecnología, no ocupa mucho espacio, por lo que cuando me encuentren muerta a los 86 en mi casa, no les costará mucho pasar. En un par de columnas de cd´s estará toda mi basura que ahora acumulo con ansiedad. Mi basura no es más que mis anhelos, igual que la que los viejos buscan en los cubos de basura cuando voy a trabajar. Ellos también buscan sus anhelos. Y todos los que buscamos en los lugares erróneos, por falta de acierto o valor, acabamos igual. El único lugar en el que la basura que guardo está segura es en mi cabeza. Allí nadie puede recogerla, es sólo mía. Nadie puede juzgarla. Me paso el día recogiéndola y poniéndola en lugar seguro, actualizándola y ordenándola. Y todo lo demás, es perder el tiempo. Muchos, de saberlo, pensarían que estoy loca, que debo dejar de recoger basura, pero es todo lo que tengo. Es a lo que me dedico, no se hacer nada mejor. Los hay que lo saben y no pueden hacer nada. Incluso los hay que lo intuyen y no quieren hacer nada, de nada serviría. Ellos sí que me conocen. Sólo una persona puede hacer que pare. Esa persona me acompaña todo el día. Me levanto con él y con él me acuesto, viaja conmigo en el metro, me acompaña mientras espero... Y eso que está lejos. Tan lejos que no existe. Tan lejos que ya no es real. Lo fue, pero ya no lo es, ni lo será nunca más. Pero yo aún no lo sé.
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